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La princesa y el guisante

 
 
 
 
 
 
Hubo una vez en un reino muy lejano unos monarcas que eran muy exquisitos, remilgados y de nariz respingada.

Se las daban de elegantes y finolis.

Miraban a todos por encima del hombro y tenían mucha etiqueta para todo cuanto hacían.

Por las mañanas había una forma de saludar y de vestir.

Al mediodía había que cambiarse de ropas para ir a comer.

Por las noches el protocolo palaciego obligaba a todos a cambiarse nuevamente de ropa y después de cenar solían disfrutar de largas charlas sobre diversos temas, por ejemplo; el uso de las pelucas en tal o cual reino, los diferentes maquillajes que estaban de moda en este o aquel país o el debido uso de fajas que ciñeran adecuadamente la cintura para evitar eructos o pedetes que se consideraban de muy mala educación.

En esas charlas se instruía sobre como saludar adecuadamente a la gente de la alta sociedad, el uso correcto de los diferentes cubiertos a la hora de comer, o las maneras de salir de algún trance o imprevisto de etiqueta.

Si por ejemplo debido a los gases tenías intención de que se te escapara un pedo había que apretar fuertemente el culo y si era inevitable que se te escapara se disimulaba con tosecitas contínuas y se salía al balcón, la habitación contigua o a algún rincón apartado.

De éste y otros asuntos es que se hablaban en esas reuniones que duraban largo rato.

No hay que aclarar que la vida en palacio era aburridísima.

Tanta charla vana, tanto protocolo, tanta finura tenían al príncipe harto.

El principe por cierto no gustaba de tanto remilgo, protocolo y charla interminable con la que en apariencia todos disfrutaban en palacio, todos menos el, que se dormía en la silla, bostezaba abiertamente o jugaba lanzándole papelitos enrollados a otros asistentes a la reunión.

Era un rebelde, no vestía como indicaban su madre la reina, su padre el rey o sus consejeros, no comía con la finura y delicadeza que exigían todos, sorbía la sopa, hablaba con la boca llena y hasta eructaba en plenos comensales.

Ante tanta impertinencia sus padres no podían con su comportamiento, lo miraban enfadados, le hacían señas con los ojos, y hasta le daban pataditas por debajo de la mesa para que se comportara adecuadamente.

Como estaba en edad casadera, los reyes estaban deseando casarlo con alguna damisela de la corte que lo metiera en cintura.

Hay que decir que el príncipe se comportaba de esa manera no porque fuera sucio, extravagante o maleducado, sino que no gustaba ni un poquito de tanto miramiento, ni tanta finura, ni tanto mandato y organización para todo como existía en la corte.

Deseando que se comprometiera, cada día la reina le presentaba a una bella dama elegida por ella misma a ver si encandilaba al heredero de sus amores.

Los dejaba solos en algún rincón y esperaba que sus planes de matrimonio dieran algún fruto.

Pero el principito salía por la tangente cada vez que se veía en ese trance, cuando la madre le preguntaba por la dama en ciernes le respondía: tiene la nariz demasiado larga, es demasiado flaca, los ojos los tiene virolos, y así continuamente.

La real desesperación que la madre tenía no la dejaba dormir y un día le sentenció al príncipe: te buscaremos a una novia y sanseacabo, no hay nada que decir, ni que opinar, ni que argumentar, eres el heredero al trono y tienes que sentar cabeza, ponerte serio y tienes que casarte y darnos nietos.

El príncipe se quedó mudo, todos sabemos que cuando nuestra madre se enfada y dice algo, no hay vuelta atrás.

Masculló las palabras de la reina mientras la veía mirándolo enfadadísima con su empeño y comportamiento.

Bien madre - le dijo - me casaré como me pides, sentaré cabeza, me comportaré como mi rango pide, solo pongo una pequeña condición.

La reina lo miró poco convencida y suspicaz ante la sugerencia.

Me casaré con aquella dama que sea tan fina, elegante, regia y delicada como lo eres tú.

Esas palabras conmovieron el corazón de la reina.

Ella era hija de rey, sobrina de rey, esposa de rey, cuñada de rey, nieta de rey, bisnieta de rey, tataranieta de rey, tatatatataranieta de rey y así hasta donde tenía memoria.

Su familia sí que se podía decir era de rancio abolengo, reyes y reinas tanto por parte de padre como de madre, la sangre azul corría por sus reales venas.

Con aquella realidad en la cabeza y la idea del hijo de casarse unicamente con una mujer de su misma condición comenzó a darle vueltas en su cabeza la manera de encontrar no ya cualquier dama de sociedad sino a una verdadera princesa de real abolengo, así como ella  para casar con su heredero.

Tenía que ser tan fina, delicada, educada y refinada como ella.

Hizo un comunicado a todos los reinos vecinos que tuvieran hijas casaderas y como era imposible saber las verdaderas raices de aquellas princesas, pues había mucho pelagatos y nuevo rico entre los monarcas, ideó un plan que no podía fallar.

En el mensaje enviado invitaba a las herederas a pasar una noche en palacio y preparó una hermosa habitación lujosamene decorada pero, al ir a la cama las princesas tenían que subirse a unas escaleras pues a la cama le habían puesto nada mas y nada menos que dieciseis colchones.

Y, sin que nadie lo supiera, ella misma minutos antes de que las invitadas se fueran a dormir pondría un pequeño guisante en el colchón que mas abajo de la cama estaba.

Unicamente una verdadera princesa de auténtica sangre real tendría molestias para descansar con aquella incomodidad en sus espaldas.

Fueron fechas de diversión en palacio, cada noche había baile, música y banquete, luego la propia reina acompañaba a la invitada hasta la habitación y después de desearle las buenas noches dejaba descansar a la princesa.

A la mañana siguiente la propia reina acompañaba a una camarera que llevaba el desayuno y preguntaba con mucho remilgo y educación: Querida que tal habéis dormido?

Uf, los resultados no fueron para nada buenos.

Casi todas respondían - de maravilla majestad.

A una la tuvieron que despertar a base de sacudidas y zarandeos pues tenía un sueño tan profundo que no había forma de despertarla.

A otra la encontró con la boca abierta y un par de moscas volando alrededor casi casi entrando por ella .

Otra despertó legañosa y bostezando largamente.

Una de ellas ni siquiera se había podido subir a los colchones y se sentó en un sillón y allí se quedó espatarrada.

Y una roncó de tal forma, que en palacio no durmió nadie esa noche.

La reina estaba desesperada, se acababan las princesas y no encontraba la adecuada para su hijo.

Una noche tormentosa  a muy altas horas llamaron a las puertas del castillo.

Cuando abrieron se quedaron todos asombrados, boquiabiertos, pasmados y alucinados.

Una muchacha empapada hasta los huesos, con el pelo chorreando, las ropas hechas jirones se presentó ante los reyes y pidió asilo y aposento por unas noches.

Según les contó era una princesa de un reino que quedaba tan, tan lejos que tardarían meses en llegar hasta el.

Había salido con un gran séquito desde su lejana tierra para visitar otro reino que también quedaba muy, muy lejos.

El viaje lo hacían en un barco cargado de joyas, tesoros, finas telas y diversos regalos para llevar como ofrenda al reino que visitaría la princesa, pero, los sorprendió una gran galerna marina que hizo zozobrar el barco de tal forma que lo embarrancó en las rocas.

La princesa dejó a los soldados, criados y damas de compañía recogiendo y salvando como podian todas aquellas cosas que el barco llevaba y ella se encaminó al palacio para pedir socorro, comida y aposento para ella y el séquito que la acompañaba.

Enseguida el rey mandó una guarnición de gentes que ayudaran en las tareas a aquellas personas necesitadas de auxilio y a la princesa la hicieron pasar a un gran salón donde estaba encendida la chimenea para que se calentara.

El principe heredero en cuanto vio a la princesa quedó encantado con ella, debe ser lo que llaman amor a primera vista y a la princesa le ocurrió exactamente lo mismo.

Le trajeron comida y la princesita comenzó a comer con ansia, realmente estaba muerta de hambre, no respetaba ninguno de los principios de cortesía del palacio, y hasta en un momento dado eructó estruendosamente.

Perdón dijo la princesa, y soltó una sonrisita.

El príncipe en ese momento se acercó a ella, no solo lo había enamorado con su belleza sino que ademas le encantaba ese desenfado con que se comportaba.

La reina en cambio la miró con bastante enojo, ya tenía uno en casa que no guardaba los modales finos, sino que ahora se le presentaba otra que tampoco los guardaba, mirándola con fijación se preguntaba si realmente fuera una princesa o si por el contrario los podría estar engañando a todos.

Al ver la buena relación que comenzaba a surgir entre su hijo y la extraña comenzó a interrogarla.

Y decidme princesa, de dónde es ese reino que decís es vuestra tierra?

Majestad, sabéis dónde quedan las tierras moradas?

Por supuesto que sí, sus flores de lavanda son famosas.

Conocéis las montañas escarpadas?

Y a su rey Bartolomeo décimo quinto.

Habéis oído hablar del Mar Menor?

Por supuesto, grandes comerciantes de telas y especias.

Pues adentrándose en las tierras que al Mar Menor llevan y subiéndo por muchos días hacia el norte se llega a las tierras dominio de mi padre.

Cómo se llama ese reino tan, tan lejano?

Lurederra

La reina arqueó las cejas, qué palabras eran esas?

Ibamos en comitiva hacia las tierras de oriente, continuó hablando la princesa, para corresponder la visita que hizo el sultán de aquellas tierras a nuestro reino, y como os comenté la tormenta nos sorprendió en el camino y hemos encallado en vuestros dominios, os agradezco la ayuda que tan generosamente nos prestáis majestad, os dejaremos parte de los obsequios que llevamos en nuestro equipaje para corresponder vuestra amabilidad.

Por favor, interrumpió el príncipe, no hace falta princesa que paguéis nada de lo que con gusto os estamos ofreciendo y le sonrió con mucha, mucha amabilidad.

La princesa correspondió con otra sonrisita.

La reina enseguida comprendió que ambos se gustaban.

No contentaba del todo a la reina este acercamiento entre su hijo y la extraña, pero bien pensado si fuera una princesa de verdad al menos había encontrado alguna muchacha que podía hacer cambiar a su hijo y hacerlo sentar cabeza.

Después de que terminara de cenar y sabiendo que su séquito estaba bajo cubierto y descansando, la princesa bostezó abiertamente e hizo que el príncipe sonriera contento, le encantaba el desparpajo que la princesa demostraba, su naturalidad y sinceridad.

La reina sin embargo torció el gesto, tendría que educar a esta muchacha.

Llevó a la princesa hasta la habitación que tenían dispuesta.

Madre mía!!! exclamó la princesa al ver la cama, pero, a qué viene tanto colchón junto?

La reina a la que ninguna anterior princesa le había dicho nada arqueó las cejas, son costumbres de alto realengo hija, es que no conocéis estas costumbres en vuestra tierra?

No, por supuesto que no, menudas costumbres, en mi tierra tenemos un colchón y punto, nuestros colchones están rellenos de buena lana, son mullidos y con uno solo nos sobra y basta.

Pues aquí tenemos esta costumbre, dijo con sequedad la reina, espero princesa que sepáis apreciar con respeto las mismas.

Las respetaré si eso os place majestad, pero menudas ideas tenéis aquí, decidme señora en todo sois tan extravagantes? lo digo para no errar en mi comportamiento.

No, no, no somos extravagantes princesa, somos educados, finos, y no ponemos en duda las costumbres de otros.

Lo siento majestad, dijo la princesa, no pretendo ofenderos, mas bien agradecida estoy de todo lo que habéis hecho esta noche por mi y mis acompañantes.

Bueno, le respondió la reina, es hora de dormir, espero, espero que descánseis bien princesa, le dijo y miró con misterio a los dieciseis colchones uno sobre el otro, mañana por la mañana yo misma vendré en persona a despertaros.

Salió,  cerró la puerta y se topó de bruces con su hijo el príncipe que había estado escuchando la conversación.

Es de mala educación oir conversaciones ajenas, le dijo.

Madre, madre, le contestó su hijo con cara de felicidad, me encanta esta muchacha, me ha enamorado desde que la vi en la puerta del palacio, me gusta esa sinceridad con la que habla, ese desenfado.

Bah, contestó la madre, para mi que no es princesa ni nada, una verdadera dama de alta sociedad no tiene ese desparpajo de esta muchacha, contestarme a mi, dónde se ha visto semejante cosa! decirme que somos extravagantes y raros.

Madre, reconoce que dormir sobre tanto colchón es cuando menos extraño.

Yo se lo que me hago, veamos si la princesita duerme a gusto esta noche.

Diciendo esto se fue a sus aposentos y el príncipe quedó allí con cara ensimismada pensando en su enamorada.

A la mañana siguiente la reina fue muy temprano a las cocinas y pidió le prepararan el desayuno,  para la invitada.

Llamó a la puerta de la habitación y entró muy resuelta con la criada y el desayuno.

Despestad querida, dijo, os traemos el desayuno.

La princesa se incorporó y bajó por las escaleras hasta donde la reina la esperaba.

Decidme querida, qué tal noche habéis pasado?

Oh, majestad, no quiero ofenderos, por favor no os toméis a mal lo que voy a deciros, pero este invento de los colchones no funciona, os lo aseguro, primero, me costó mucho subirme tan arriba, luego me daba miedo moverme por si fuera a caerme desde tan alto, y por último pasé una noche espantosa, no se que había en los colchones que no he podido pegar ojo había una molestia que me punzaba la espalda, si me volteaba hacia un lado me molestaba horrores, si me volvía para el otro lado igual,  si me ponía boca abajo no lo podía soportar, os aseguro majestad que en mi tierra con uno solo de nuestros colchones dormiríais de maravilla, os enviaré uno de ellos en cuanto llegue de regreso a mi país.

La reina no supo que responder, se quedó aturdida ante la respuesta de la princesa.

Después de desayunar y arreglarse la princesa averiguó sobre el estado de su barco y al saber que estaba en condiciones de partir se despidió con una gran reverencia y partió con todo su séquito a continuar el viaje, no sin antes lanzarle una mirada y una sonrisa al príncipe.

El príncipe en un momento quedó sin saber que hacer pero en un segundo corrió a la puerta y tomando por la manga del vestido a la princesa le dijo, no princesa, no podéis marcharos.

Y por qué no? le preguntó ella, es necesario que cumpla la misión que me encomendó mi padre.

Pues, pues, el mar es muy peligroso, ha estado embravecido estos días, podría volver a sorprenderos otra tormenta y en esa situación qué hariais.

La princesa lo miró y así como era ella de resuelta le dijo: buscaría refugio como hice en vuestro reino, aunque dudo que me sentiria igual de bien que con vuestra presencia, ayuda, socorro.

Se miraron a los ojos y sonrieron ambos.

Princesa si me dejáis dónde podre encontraros? en esa tierra tan, tan lejana y de nombre tan extraño?

Allí os estaré esperando príncipe.

Pasados unos días toda la comitiva de palacio emprendió un largo viaje hasta el Mar menor y de allí siguiendo las intrucciones que la princesa les había dado, subieron por varios días a las tierras del norte a encontrarse con el señor de aquel reino.

Los padres del príncipe lo pasaron fatal, las gentes de por allí eran sinceras, francas, abiertas y aunque hospitalarias  no poseían la exquisitez y buenos comportamientos que ellos en su corte.

Casaron al príncipe con la princesa y de regalo para la reina madre de rancio abolengo le obsequieron un gran colchón de lana de las ovejas de aquel reino.

Y colorín colorado este cuento...


 

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