Este cuento nos llega de la remota y misteriosa China. Hace muchísimos años en una aldea de ese gran país había un hombre tan, tan pobre, que su único tesoro era un árbol de granadas al que cuidaba con esmero pues era su sustento. Con sus frutos se alimentaba y vendía lo sobrante. En la época de cosecha, se apostaba debajo del árbol y estaba a su cuidado día y noche. Emudek, que así se llamaba éste buen hombre, custodiaba el granado con tanto celo pues ciertamente daba unas granadas que eran una delicia, en cuanto salía al mercado a venderlas, no duraban en el cesto ni un segundo, todos querían degustar las granadas de Emudek. Cuando llegaba la fecha de empezar a cosechar los frutos, tenía el bueno de Emudek que pasarse las noches debajo del árbol sin pegar ojo, ya que mas de un despavilado chiquillo quería disfrutar de las granadas sin tener que pagar ni un mísero centavo por ellas. Emudek estaba entonces cansado a mas no poder, por el día recogía granadas maduras, las metía en un ces