Hay que saber que hace muchos años, las gentes aprendían los oficios, bien de padres a hijos o bien poniéndose a disposición de algún maestro que les enseñara.
Así si el padre era panadero, enseñaba a su hijo el oficio de panadería, si era herrero le enseñaba el arte de fundir y manejar el hierro.
Ocurría en ocasiones que un hijo no deseaba aprender el oficio que su padre tenía y entonces se marchaba a casa de otro que necesitara de un ayudante.
Muchas veces el trabajo se hacía gratuitamente, es decir se consideraba que con lo que aprendía el ayudante y la comida y habitación estaba el aprendiz requetepagado.
Eran otros tiempos.
Nuestra historia va de un aprendiz, pero no de un oficio cualquiera, no, un aprendiz de mago, brujo, hechicero o como queramos llamarle.
Se fue nuestro aprendiz de su casa y tocó a las puertas de un famosísimo mago, que se había enterado antes de ir estaba necesitado de alguien que le ayudara en los quehaceres domésticos.
El mago vio en el muchacho a un zagaletón con buen ánimo de trabajo y le pareció que sería un buen ayudante.
Un poco torpón le parecio al señor mago este nuevo ayudante, algo despabilado de más, pero fuerte y cumplidor.
Mantenía la torre en que habitaban limpia y arreglada aunque el mago lo tenía que vigilar continuamente pues en cuanto le quitaba ojo ya estaba el aprendiz mariposeando y mangüereando por los rincones.
Lo veía de fácil distracción y muy interesado en aprender sus sortilegios, curas, remedios pero de manera rápida, sin pasar por las lecciones necesarias para el correcto aprendizaje de pociones, remedios, y otras cosas propias de magos.
Y con esas cosas hay que tener mucho cuidado, por que un sortielgio mal hecho en vez de curar las verrugas te podían llenar el cuerpo de pústulas rojizas.
En vez de curar la calvicie te dejaban el cráneo como el culito de un bebé.
En fin que no hay nada fácil en la vida, y nuestro aprendiz pensaba que con decir cuatro palabras ya estaba todo hecho, vamos que aprender lo que el mago le tenía que enseñar era coser y cantar.
Mucho ojo y paciencia le tenía el mago al muchacho, pues a fin de cuentas qué joven no es imputoso, arrojado, arriesgado y echado para adelante?
Un buen día el mago se encontró con que tenía que ausentarse durante un buen rato para ir al bosque a buscar hierbas que le servían en sus pociones, ungüentos y bebedizos.
Dio concretas instrucciones al aprendiz para que limpiara correctamente el salón y además llenara un enorme barril del que se surtían de agua para la comida, beber, asearse y hacer las tareas domésticas.
Salió el mago en busca de sus hierbas y el aprendiz hizo que atendía las recomendaciones dadas, pero un rato después de que estuviera solo se asomó a la ventana y al ver que el mago se perdía en la espesura del bosque corrió al cuarto en que el mago hacía sus hechizos y donde guardaba celosamente los libros que tenía y curioseó todo.
Tenía prohibidísimo ir a ese cuarto, pero su curiosidad pudo por encima de las órdenes dadas y fisgoneó con los ojos abiertos a mas no poder de todo lo que allí había.
Marmitas, tubos, frascos con liquidos de diversos colores, tarros con hierbas.... todo era tan emocionante y fantástico.
Justo en un atril estaba un gran libro abierto.
Lleno de entusiasmo comenzó a ojear el manuscrito.
Olor de pies, y a continuación la fórmula para su cura: hojas de menta, clavo, hervir todo....
Dolor de muelas, hacer brotar el cabello, sabañones... el libro contenía remedios para muchas dolencias y pesares.
Mirando observó en lo mas oscuro de la habitación otro libro que decía hechizos.
Con la boca abierta y los ojos como platos comenzó a leer.
Así de pronto encontró un hechizo que obligaba a objetos inanimados a hacer cosas que se le ordenasen.
Quedó fascinado, solo eran tres palabras, corrió a buscar la escoba y el cubo, los puso allí a su lado y dijo las tres palabras con voz muy grave.
Tanto la escoba como el cubo se movieron en su sitio y al aprendiz le pareció que se pusieron firmes ante sus órdenes.
Escoba, dijo, barre bien todo y déjalo impecable, cubo llena de agua el tonel dispuesto para ello.
Y maravilla!!! la escoba comenzó a barrer sola, y el cubo saltando fue hasta el pozo y empezó a llenar por si mismo el enorme barril.
El aprendiz estaba asombrado, sus palabras mágicas habían dado resultado, rio satisfecho de ver su trabajo hecho sin esfuerzo.
Se entretuvo en seguir leyendo el libro de los hechizos pero al rato se cansó pues había palabras extrañas y algunos eran muy complicados con palabras que ni siquiera sabría pronunciar.
Luego de un rato de estar mirando por todas partes se sentó en un enorme sillón y observando a la escoba y al cubo que ivan y venían se quedó dormido.
Se despertó al sentir humedo el cuerpo, se habría echo pipí?
Que va! la escoba y el cubo seguían su trabajo, la escoba barría el agua y la movía de un sitio para otro, el tonel estaba rebosando agua y el cubo seguía trayento mas y mas agua sin parar.
El aprendiz intentó detenerlos, parad! gritó, detenéos! ya basta! no sigáis! pero que va, la escoba y el cubo habían cobrado vida con un hechizo y unas palabras mágicas y solamente otras palabras mágicas romperían el encantamiento.
Buscó el libro y movió freneticamente las hojas en busca del hechizo pero que no lo encontraba y mientras tanto la escoba y el cubo seguían trabajando sin parar.
El agua subía y subía, pronto estaría todo perdido de agua y el mago probablemente no tardaría en regresar.
Asustado corrió a por un hacha con la que cortaban leña y asestó hachazos a la escoba y al cubo hasta convertirlos en pedazos.
Cansado y atemorizado se sentó en una silla y de pronto quedo pasmado del todo, los pedazos de escoba y cubo crecían y se convertían en escobas y cubos que al igual que antes barrían y cargaban agua.
El aprendiz no sabía que hacer, todo se había vuelto loco de repente, quería parar a los cubos pero si detenía a uno otros dos venían con más agua y la echaban sin sentido alguno, el tonel estaba rebosante todo estaba lleno de agua cómo podía detenerlos?
Por fortuna apareció el mago en ese momento y pronunciando unas palabras con una voz terrible todo se detuvo.
Las escobas cayeron al suelo y los cubos se pararon en el acto.
Pronunció otras palabras y las aguas desaparecieron como si nunca hubiese estado todo anegado.
Miró al aprendiz severamente.
Le dió la escoba y el cubo y con su dedo le mandó un rayo que le sacudió el culo al aprendiz y lo hizo correr para realizar las tareas que le habían sido encomendadas.
Buena lección aprendió nuestro entusiasta estudiante de magia.
Nada se aprende de sopetón, todo lleva su tiempo.
Esta es una versión del aprendiz de brujo, originalmente un poema de Goethe escritor alemán, de ese poema el compositor Paul Dukas hizo un poema sinfónico que es el que estáis oyendo como fondo.
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