El Rey, el médico y el mendigo.
Hubo hace muchísimos años un gran país llamado Tartaria.
Era un reino enorme, inmensamente rico y con gran cultura.
Tuvo este reino grandes y sabios monarcas que hicieron florecer a ese país durante siglos y siglos.
Esta historia que vamos a contar le sucedió a uno de esos monarcas de la gran Tartaria.
Sucedió que el rey acostumbraba a pasear con sus nobles por las calles y rincones del reino, de esa manera el rey en persona podía hablar con sus súbditos y enterarse de las carencias que estos le comentaban y también gustaba el sabio monarca de compartir consejos, comidas y bailes con los ciudadanos mas humildes.
Era muy querido este sabio rey.
Una buena mañana cuando estaba caminando escuchó a un mendigo que gritaba:
Daré un buen consejo a aquel que me pague cien dinares.
El dinar era la moneda que se usaba en aquella época y tenía mucho valor, imaginaros lo que sería darle nada mas y nada menos que cien dinares a un mendigo simplemente por un consejo.
El rey se sorprendió mucho.
Caramba, dijo, y qué consejo me darás a cambio de tan considerable dinero?
El mendigo, que no era nada tonto y antes de dar el consejo y que luego no le dieran lo prometido le contestó: buen señor, dame primero los cien dinares y gustosamente te daré el consejo.
Qué? exclamó uno de los acompañantes, por ese precio podríamos consultar al sabio Melquíades que seguro será mucho más útil que tu.
Señor, le comentó otro, no os dejéis estafar por este hombre, a saber a cuántos les habrá quitado sus monedas con semejante palabrería.
Si fueras tan sabio como proclamas, le increpó otro al mendigo, no estarías pidiendo limosna por los caminos.
El rey sin embargo consideró que merecía la pena escuchar lo que aquel misterioso hombre podía decirle así que pidió al tesorero le entregara al mendigo la elevada suma que solicitaba.
El mendigo tomando la bolsa con las monedas le dijo:
"nunca comiences nada sin que antes hayas reflexionado cuál será el final de ello"
Todos quedaron expectantes a ver si el pordiosero continuaba hablando y no, ese era el consejo por el cual el rey había pagado nada mas y nada menos que cien dinares.
Eso es todo? preguntó uno, mi suegra da mejores consejos y no me cobra nada.
Ja, ha sido listo, pidiendo el dinero por adelantado.
Todos rieron, sin embargo el rey se mantuvo tranquilo.
No amigos, no os riáis de este buen hombre, me ha dado un consejo sabio y bien merecidos están los dineros que me pidió.
Se marcharon de allí y fueron reflexionando por el camino.
Si os ponéis a ver queridos amigos, son sabias las palabras de ese consejo, cuántas cosas hacemos a diario sin pensar en las consecuencias? quizás si meditáramos mas a menudo no habría tantas desgracias en este mundo.
El rey que ya dijimos era muy sabio decidió grabar aquellas palabras en una pared e incluso en una de las vajillas que usaban a diario.
Pasó el tiempo y como el consejo estaba grabado en la vajilla y en la pared de la sala de audiencias todos en palacio conocían el origen de aquellas palabras y por que el rey había mandado grabarlas.
Todos sabemos que la política está llena de intrigas y gente que quiere subir quitando al que está arriba para ponerse ellos en su lugar.
Para desdicha del sabio monarca ocurrió que uno de sus generales quiso tomar el mando del país e ideó un plan.
Habló con el médico personal del rey prometiendo convertirlo en primer ministro cuando él gobernara.
Convenció al cirujano mayor del reino y que atendía personalmente al rey de clavarle al monarca una aguja envenenada al momento de pinchárle y sacarle sangre.
Quién podría sospechar si al momento de hacerle el tratamiento al rey se le inyectara un veneno?
Quién podría dudar de las buenas intenciones del médico si lo había tratado innumerables veces?
Nadie en la corte pondría en duda que el rey simplemente había empeorado tras el tratamiento que el buen y leal médico le había suministrado.
Antiguamente cuando la gente enfermaba se le pinchaba en el brazo o se le ponían sanguijuelas para extraerle sangre pues los médicos de la época pensaban que quitándole sangre al enfermo lo curaban de sus dolencias.
El médico ilusionado por las promesas del general y pensando en lo rico y poderoso que llegaría a ser cuando el rey fuera sustituido accedió a tratarlo con la aguja envenenada.
Esperó pacientemente a que el sabio rey enfermara de fiebres y llegó con una jofaina y su aguja llena de veneno.
Se sentó al lado del monarca y puso el brazo del rey sobre la jofaina que recogía la sangre que quería extraerle.
Se apresuró a sacar la aguja que pensaba colocar al soberano cuando leyó en el borde de la jofaina el famoso consejo que aquel mendigo le había dado y que el rey mandara inscribir en la vajilla.
El médico al leer las sabias palabras comenzó a pensar en lo que pretendía hacer.
Mataré al rey, nadie podrá culparme de su empeoramiento, nadie puede sospechar de su médico personal que lo había sanado en otras ocasiones, pero, y si el general al tomar el poder quisiera deshacerse de cualquiera que descubriera su secreto? y si el general que era el único que conocía el secreto lo denunciaba ante los tribunales y se demostraba que la aguja envenenada se la había puesto su médico personal?
Pensando en las consecuencias que podría traerle el acto que tenía pensado acometer el médico comenzó a temblar.
El rey al ver la actitud del médico comenzó a sospechar que algo malo había en su tratamiento.
Lo agarró por la pechera y lo obligó a que confesara qué le ocurría.
El médico confesó asustado los malignos planes que el general tenía para el monarca.
El médico fue encarcelado y el general destituido inmediatamente y puesto en prisión alejada del reino para que sus planes nunca tuvieran éxito.
El rey agradeció siempre a aquel mendigo que un buen día paseando con sus cortesanos le dio el mejor consejo que había recibido nunca y que le salvó la vida.
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