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El Adivino (rusia)

Hace muchos años en la gran Rusia vivía un campesino que era muy pobre pero era despabilado de mas, gustaba de la taberna, contar cuentos, y vivir despreocupadamente.

Muy dado a la inventiva se afanaba en rodearse de niños a los que entusiasmaba con sus aventuras inventadas, historias de misterio y cuentos varios.

Como no gustaba mucho de doblar el espinazo se pasaba horas ideando maneras de ganarse el pan sin necesidad de trabajar.


 

Un buen día se le ocurrió que sería buena manera de vivir despreocupadamente si se presentaba ante los vecinos de la aldea como un gran adivino, pues entre sus muchas cualidades la de la adivinación era una de ellas, cosa que hasta el momento no había querido demostrar por su modestia y recato.

Antiguamente las personas tenían que lavar a mano y o bien acudían a un lavadero común, en el río o estanque habilitado para ello, o bien llevaban agua en cubos hasta la casa y allí aseaban sus prendas, luego las ponían a secar al aire, para que el sol y el viento dejaran sus ropas limpias y blancas.

Una vecina del campesino tenía sus sábanas colgadas al aire libre y nuestro hombre pensó que sería una oportunidad de lujo esconderle una sábana para luego indicarle con su clarividencia donde podía encontrarla.

Así lo hizo, se acercó al tendedero, agarró una sábana y la escondió en unos arbustos.

Cuando oyó a la señora lamentarse por la perdida de la sábana, se acercó como quien no quiere el asunto.

Qué ocurre? le preguntó el taimado.

Ay! que me ha desaparecido la sábana de la cama, qué haré, no tengo otra!

Calma mujer, cuéntame lo ocurrido que no se si sabías que tengo poderes de adivinación, dime exactamente lo ocurrido y quizás pueda ayudarte.

Tú? poderes de adivino? le replicó la vecina, hum, las únicas adivinanzas que te he visto son las de saber cuanto vodka eres capaz de beber en la taberna.

Oh! me ofenden esas palabras, anda, dime descreída lo ocurrido.


 

Qué quieres que te cuente, que la sábana me ha desparecido, eso es todo, la puse aquí ayer y hoy no está, algún bribón me la ha robado, eso es todo.

Ay!, le contestó el campesino, mujer de poca fe, déja que me concentre.

Hizo como que estrujaba el pensamiento, se tocó la cabeza para fingir que se concentraba sobremanera y por fin dijo: entre unos setos la veo, por allí, dijo y señaló el camino.

La mujer con cara de desconfianza se acercó a donde le indicaba y sí! allí estaba su sábana.

Volvió la señora contenta y le mostró un tanto incrédula la sábana al campesino.

Lo ves, le dijo, seguro que un golpe de viento la arrancó del tendedero.

La mujer agradecida la obsequió con una hogaza de pan y una tajada de tocino.

Cuando se le terminaron las provisiones el campesino hizo nuevamente alarde de sus dotes adivinatorias con otro vecino, escondió un caballo en el bosque y cuando el dueño se lamentó de la perdida, él le indicó con pelos y señales el lugar donde encontrarlo.

El caso es que entre los aldeanos se empezó a pregonar el nuevo don que le había surgido al campesino, el de la adivinación, el poder de encontrar objetos perdidos.

Ocurrió que un soldado que servía en el palacio del zar escuchó en la taberna lo portentoso que era el campesino para encontrar las cosas perdidas y presentándose en la casa del susodicho lo llevó al palacio pues al zar se le había extraviado un anillo valiosísimo y estaba angustiado por ello.

El campesino temblaba de miedo, encontrar un anillo, en qué lío se había metido! el zar lo mandaría encerrar de por vida al sentirse estafado por un vulgar campesino.


 

Al entrevistarse con el zar le pidió tiempo para que sus dotes pudieran ejercerse con tranquilidad así que lo encerraron en un cuarto en donde podría meditar y concentrarse y así resolver el pesar del zar.

El pobre hombre, asustado a más no poder se concentraba pensando formas de poder escapar de aquella situación, muy a su pesar discurrió que tristemente al amanecer, cuando el gallo cantara lo llevarían ante el zar y lo encerrarían en las mazmorras de palacio.

En el palacio no se hablaba de otra cosa, del anillo, de la tristeza del zar, del valor exagerado de dicha prenda y como no! del adivino encerrado en el cuarto que podría encontrar aquello que tanto pesar le causaba al monarca.

El caso es que el anillo había sido robado por tres sirvientes que conociendo su gran valor, habían decidido esconderlo, venderlo pasado un buen tiempo y luego vivir de los dineros que obtendrían de su robo.

Oyeron los delincuentes que en el cuarto estaba un famoso adivino y pensando que serían descubiertos discurrieron observarlo para saber si en verdad era un adivino o un engaña bobos, entonces enviaron a uno de ellos para que se asomara por una ventana a ver que lograba ver.

 
Mientras tanto el adivino discurrió que tal vez si confesaba su tropelía al rey lo perdonase y lo dejara ir sin mas, a fin de cuentas no había hecho ningún daño, había engañado a sus vecinos y poco mas, decididamente pensó, cuando el gallo cante tres veces me presentaré ante el zar y le contaré lo ocurrido, rezaré al buen Dios para que así ocurra.

El primer ladrón se agazapó en la ventana que al cuarto daba para observar al adivino desde la oscuridad y hete aquí que justo en ese momento cantó el gallo.

Ya está aquí el primero, dijo en voz alta el campesino.

El sirviente al saberse descubierto corrió a contarle a sus amigos lo ocurrido.

Me ha descubierto! no bien asomé la cabeza un poco par observarlo dijo, aquí está el primero!

Los otros se miraron asombrados, sería realmente un adivino con tal poder o habría sido una casualidad?

Mandaron entonces a otro de ellos pero en vez de ir por la ventana mejor se acercara por una puerta lateral.

Cuando el ladrón entreabrió la puerta justo en ese momento cantó el gallo por segunda vez.

El campesino suspirando dijo: vaya, ya está aquí el segundo.


 

El ladrón corrió junto a sus cómplices, es un adivino realmente, ni siquiera me permitió un segundo para observarlo, en cuanto sintió que estaba allí supo al momento de mi presencia.

Los tres se miraron asustadísimos, decidieron ir los tres juntos entregarle el anillo al adivino y pedirle por favor no los delatase.

Se acercaron pues y no bien habían abierto la puerta del cuarto cantó el gallo por tercera vez y el campesino dijo: ya están aquí los tres!

Los sirvientes se postraron a los pies del campesino, le confesaron su delito y entregándole el anillo le rogaron encarecidamente que no los delatase.

El campesino asombrado por lo ocurrido le dijo que no se preocuparan que no los acusaría.

Se fueron los sirvientes y el campesino escondió el anillo debajo de un mueble.

En cuanto el zar estuvo vestido y desayunado se presentó ante él.

El zar angustiado le preguntó si por fin sus meditaciones habían servido para que pudiera recuperar la prenda que tanto dolor le causaba.

El adivino indicó con mucha petulancia el lugar exacto en donde el monarca podría encontrar aquello que había extraviado.

Acudió la guardia al sitio indicado y allí estaba el anillo!

El zar entusiasmado le otorgó al campesino una bolsa de oro y lo dejó partir.

Vivió el hombre tranquilamente con aquella riqueza que sus poderes de adivinación o más bien su buena suerte le habían otorgado, eso sí no volvió a adivinar nuevamente, se dedicó a contar sus cuentos y aventuras a los niños y a los que en la taberna gustaban de escuchar aventuras imaginadas entre las que contaba por supuesto la de un señor que encontró un objeto perdido a un rey, pero la historia que narraba había ocurrido en un país muy, muy lejano.


 

 


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