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Las zapatillas rojas

 
 
 
En una pequeña aldea vivían muy pobremente una mujer y su hija, apenas tenían para comer y vestían con prendas que le regalaban los vecinos.

Karen era la pequeña hija y en verano aprovechando el buen tiempo andaba descalza, mas en el invierno solo podía ponerse unos zuecos que le lastimaban terriblemente pero que al menos impedían que sus pies tocaran el frío suelo nevado o helado.

Muy cerca de ellas vivía una anciana zapatera que por navidad agarró unos zapatos viejos de bailarina que alguien había encontrado y que jamás nadie había venido a reclamar, y con unos trozos de tela roja cubrió aquellos zapatos y al lustrarlos lo hizo tan bien que parecían nuevos del todo, los envolvió en un periódico y se los llevó a Karen.

Qué ilusión le hizo el regalo!

No solo eran bonitos sino que le quedaban de maravilla, todos miraban para sus pies cuando caminaba por la aldea.

Sucedió tristemente que la madre murió dejando a Karen sola en el mundo.

El día del entierro caminaban todos detrás del féretro y Karen llevaba sus zapatos rojos pues no tenía otros y acertó a pasar justo en ese momento una elegante señora montada en su coche y claro, todos caminaban envueltos en luto y el único elemento de color eran los zapatos rojos de Karen, esto llamó mucho su atención y la señora al instante se fijó en la niña.


Se hizo enterar de lo ocurrido y pensó que si la muchacha no tuviera familia llevársela consigo a su casa.

Karen se fue a vivir con la señora que le prodigaba de mucho cariño y amor, pero era una persona rica, y en esa casa todo estaba lleno de respeto, educación, mojigatería y narices respingonas.

Karen aprendía poco a poco los modales adecuados de la alta sociedad.

Si estornudaba enseguida la señora le decía - Karen cariño, cuando se estornuda se lleva la mano gracilmente al cuello y luego se toca con el pañuelo la puntita de la nariz.

Si Karen se reía con una sonora carcajada la señora le decía - Karen por favor, cuando una se rie se tapa con la mano ligeramente la boca y se suelta sin hacer tanto ruido la risita coqueta.

Si Karen entraba corriendo en la sala y le estampaba un sonoro beso a la señora, ésta le decía - Karen mi amor, no corras por la casa, te puedes caer, y los besos no se dan tan ruidosos, se acerca una delicadamente a la otra persona y le roza suavemente la mejilla.

Y todo era así, no sorbas la sopa, no jueges con el agua, no saltes, no muevas los pies al estar sentada....

Ciertamente la señora quería mucho a Karen pero los modales rimbombantes a Karen le parecían un aburrimiento y una pesadez tremenda.

Con la ropa tenían otro problema, el blanco y el negro eran los colores preferidos de la señora.

Karen gustaba de ponerse sombreros con cintas de colores azules y amarillas.

Si el vestido era blanco le ponía un listón de flores rojas, si el vestido era negro buscaba una cinta verde que iluminara un poco ese color tan feo.

Oh, Karen, que gustos, que gustos tienes, por favor, cuando venga la Marquesa de un Soloojo por favor no te acerques, le daría un patatus.

Karen, por favor, crees que ese vestido blanco hace juego con ese sombrero verde y cintas rosadas?

En fin, Karen a pesar de las regañinas de la señora, gustaba de vivir con ella y le había tomado mucho cariño.

Sucedió que un rico comerciante amigo de la señora llamado Eufrasio ofrecía un gran baile con motivo de su 75 cumpleaños y las había invitado a ambas.

Sería su primer baile, su primera fiesta, qué emoción sentía Karen, no hacía mas que probarse vestidos, pero, si todos eran negros o blancos, todos eran tan sosos, ni llenando el vestido de cintas podría verse diferente.

No hallaba qué hacer y rebuscando en el ropero, mira por donde, encontró aquellos zapatos rojos que le habían regalado en la aldea.

Ya está, pensó Karen, resuelto, da lo mismo el vestido que lleve, cuando me ponga estos zapatos esté quien esté en esa fiesta, todos mirarán los zapatos y a su portadora, todos se fijarán en MI.

Para no disgustar a la señora los escondió en el vuelo del vestido blanco que la señora le dijo que estrenara para esa fiesta, en cuanto llegara a la casa del señor Eufrasio y la señora se sentara con las marquesas y condesas a charlar, ella se pondría con disimulo los zapatos rojos y sería la sensación del baile.

Efectivamente llegaron a la fiesta y Karen se maravilló de tanto alboroto, tanto lujo, tanta gente bien vestida y elegante y en otro salón muy grande se escuchaban los maravillosos sonidos de baile y orquesta.

Dejo Karen a la señora en un corrillo de damas de la aristocrácia y corrió a un pasillo solitario para cambiarse de zapatos, sacándolos se los colgó de la mano pero en eso se encontró con un criado, no sabiendo que hacer y como disimular el cambio de zapatos que tenía en mente, hizo como que contemplaba los cuadros del pasillo.

Bonitos zapatos de baile llevas, le dijo el criado.

Karen desafiante ante la impertinencia de aquel hombre se sentó en una butaca que había y comenzó a calzarse allí mismo.

El criado la miró con mucha atención y en un momento dado se agachó y rozó con su chaqueta los zapatos rojos diciendo que les sacaba el polvo.

Karen poniendo cara de disgusto lo dejó allí plantado

Cuando  se encaminó al salón de baile le ocurrió algo extrañísimo, no ella, sino los zapatos, en cuanto oyeron la música comenzaron a danzar por si mismos.

Entró en el salón dando volteretas y gráciles saltos de bailarina, en un segundo, todos se la quedaron mirando absortos, realmente bailaba de maravilla.

Karen quería parar, pero los zapatos tenían vida propia, ahora alzaban una pierna, ahora la otra, y enseguida daban una voltereta ritmica y le hacían caminar de putitas.

Las gentes maravilladas le aplaudieron, pero, en vez de parar, los zapatos dueños ahora del destino, la llevaron a las puertas de la mansión y la hicieron bajar las escaleras y seguir danzando por las calles y plazas alejándola de la fiesta y de las miradas atónitas de los invitados

En la calle todos la observaban extrañados de semejante comportamiento, Karen bailaba sin música, danzaba, daba volteretas, saltitos y elegantes movimientos danzarines.

Unos le aplaudían, otros la miraban y otros se reían pues pensaban que se trataba de alguna persona del circo o de algún teatro anunciando una obra próxima a estrenarse.

Lo cierto es que Karen estaba sufriendo horrores, no podía cesar de bailar, los zapatos estaban encantados, embrujados o hechizados y la llevaban por calles y callejuelas y ella era incapaz de parar aquel frenesí.

Llegó un momento en que por fin los zapatos se pararon y ella rendida de cansancio se los quitó y vestida de gala como estaba se sentó fatigada en una fuente, contempló los zapatos asustada y en vez de tirarlos se los llevó consigo a la casa, desandando todo el trecho que los zapatos rojos le había hecho recorrer en su desenfrenado baile.

Cuando llegó a casa la señora estaba disgustadísima, preocupada y nerviosa por lo ocurrido, por la actitud de Karen y por todo lo acaecido en la fiesta.

Le regañó muy enfadada y la castigó en su cuarto por varios días.

Karen reflexionando por todo lo ocurrido se interrogaba si no habría sido aquel misterioso hombre el que habría hechizado los zapatos, así que tirándolos al fondo del armario los dejó allí olvidados.

Pasadas varias semanas y una vez levantado el castigo Karen volvió a su vida cotidiana de educación y buenos modales

Una buena mañana recibieron una invitación de gala, esta vez era el propio rey que invitaba  a todos los nobles y gentes importantes de la ciudad al cumpleaños de su hija, la princesa.

Karen se emocionó mucho ante semejante evento, ya se había perdido su primer baile, ésta sería una buena oportunidad de conocer a otros jovenes y disfrutar de una noche de diversión.

Se entretuvo mucho con la señora preguntándole modos de comportamiento, finuras, formas de presentarse ante la realeza y costumbres que ella desconocía.

Ocurrió que la buena mujer enfermó muy gravemente y Karen la acompañaba día y noche, solícita ante lo que pidiera aquella señora que con tanto cariño la había aceptado en su casa y la había cuidado como si fuera su verdadera madre.

Los días pasaban y la señora continuaba enferma, los médicos le daban tisanas y cataplasmas para restituirle la salud, la señora mejoraba  por momentos pero estaba muy débil y dormía muchas horas.

Karen no la dejaba sola ni un momento, su corazón estaba apenado por aquella mujer de buenos sentimientos que tan bien se había portado con ella, pero a medida que se acercaba la fiesta del palacio real, Karen dividía sus pensamientos entre, acompañar a su benefactora y el baile al que habían sido invitadas.

Llegado el día del gran acontecimiento Karen pensó que podía dejar sola a la señora unas horas e irse ella a la fiesta, total estaba dormida, ni se enteraría si se marchaba un rato.

Corrió a la habitación y buscó entre sus vestidos para ponerse uno, y mira por donde, el vestido elegido estaba colgado justo encima de los zapatos rojos.

Fueron unos segundos de incertidumbre, Karen recordó aquellos angustiosos momentos que le hicieron pasar los zapatos, pensó si fuera por culpa del criado de marras que se había encontrado, ante la duda, se puso uno solo de ellos y al ver que no pasaba absolutamente nada, se vistió y se calzó los zapatos rojos, seguramente sin el toque del bendito criado seguro habrá desaparecido el maleficio o lo que fuera que hizo aquel hombre.

Vestida y calzada salió disparada hacia el palacio.

Su alegría pronto se convirtió en amarga tristeza pues no bien los zapatos oyeron el sonido de la música que salía de los salones del palacio real nuevamente comenzaron a danzar y danzar y danzar sin parar ni un segundo, Karen sintió terror de ver que nuevamente ocurría lo mismo que la vez anterior, se agarró con fuerza a una farola pero el baile no cesaba, los zapatos definitivamente estaban encantados y la obligaban a dar vueltas, saltos y elegantes giros.

Como en la anterior oportunidad los zapatos la llevaron por las calles de la ciudad y todos volteaban a verla, realmente y muy a su pesar causaba admiración entre las gentes, ella quería distinguirse del resto, pero no así, bailando sin ton ni son.

Los zapatos la llevaron hasta los límites de la ciudad y siguieron su ritmo desenfrenado.

Karen desesperada no sabía que hacer, cómo dominar aquellos zapatos, cómo pararlos, ya no escuchaban música, por qué entonces seguían con ese baile alocado?

Por casualidad o no, el criado volvió a aparecer ante Karen y su baile incesante.

Tú, le dijo Karen, tú has sido quien hechizo los zapatos, tú eres el culpable de lo que está ocurriendo, te ordeno que pares esta mascarada ahora mismo.

El hombre sonrió enigmaticamente, la única manera de parar esto sería cortarte los pies con un serrucho, quieres semejante cosa?

Qué dices? estás loco?

Entonces prefieres seguir bailando hasta el fin de tus días?

Por favor, le suplicó Karen, quién eres? qué te he hecho yo para que me hagas esto?

Una presuntuosa, una niña malcriada de alta sociedad que no sabe lo que quiere.

Eso no es verdad, le contestó ella, ni soy presuntuosa, ni malcriada, ni de la alta sociedad, le contó la historia de su vida y como es que fue a parar a casa de la aristocrática anciana.

En ese momento Karen se dio cuenta que hacía rato que sus zapatos rojos ya no bailaban, estaban quietos.

Qué has hecho? le preguntó al hombre.

Nada, ni los he hechizado yo, ni soy el culpable de lo que te ocurre.

Sentándose en un tronco caído le dijo:

Tuve una enamorada cuya pasión era bailar, estudió muchos años para ser bailarina y por mas que lo intentó no logró destacar en ese mundo, siempre había alguien mejor que ella, los papeles siempre se los daban a otros, se esforzaba, vaya si se esforzaba, bailaba y  bailaba todo el día, ensayaba día y noche, pero no había forma de que le dieran algún papel principal que era lo que deseaba con todas sus ganas.

No comía, no dormía y tal era su obsesión que un buen día consultó a una maga de muy mala reputación para que la ayudara en su deseo, esta mujer le ofreció unos zapatos comunes y corrientes de baile y le aseguró que bailando con ellos le darían los trabajos que quisiera.

Se los puso el día de la audición y sí, la eligieron para el papel, con los zapatos era la primera bailarina, por fin su sueño se había hecho realidad, sin embargo la magia nunca es buena compañera y mucho menos la magia oscura.

Bailó y deslumbró a todos con su actuación, pero al llegar el final de la obra no cesó en su danza, al igual que tú ella también continuó bailando por calles, plazas, avenidas y caminos.

Los zapatos la encaminaron por pueblos y aldeas durante varios días, al final cuando se pararon ella estaba destrozada, fatigada y llena de magulladuras.

Le quitamos los zapatos y los dejamos tirados en medio del campo, ella falleció al poco tiempo, regresé a buscar los zapatos para que no volvieran a hacer daño a mas nadie, pero cuando los fui a buscar habían desaparecido.

Cuando te vi aquella noche y me agaché para ver los zapatos los roce para comprobar si eran los mismos que yo había tirado, estos eran diferentes, rojos pero al tocarlos sentí en mi interior que eran los mismos que había dejado en el campo.

Karen le contó el regalo que la anciana zapatera le había hecho por navidad, sería posible que fueran éstos los zapatos de su novia?

El hombre acompañó a Karen a su casa, y se llevó los zapatos consigo.

Karen corrió al cuarto de la buena señora y la encontró dormida, le estampó un sonoro beso en la mejilla y con el sonido la despertó, la señora sonrió al verla a su lado.

Karen, Karen este es el mejor regalo que me has dado hija mía, ese beso ruidoso solo tú podrías dármelo.

Para sorpresa la dama se recuperó poco a poco de la enfermedad que la había postrado en cama.

Karen continuaba aprendiendo buenos modales y ambas llegaron a un acuerdo con los gustos, así que Karen se ponía el vestido negro y la señora le dejaba adornarlo con cualquier lazo o cinta que quisiera ponerle.

Pasados los meses caminando ambas por las calles de la ciudad acertaron a pasar por una zapateria de alto postín y vieron en el escaparate allí destacando entre todos los botines, zapatos y zapatillas unos hermosos zapatos rojos.

Karen ni quiso entrar en la tienda, tomó de la mano a su señora a la que ya llamaba madre y se fueron a tomar el te en un salón cercano.



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